Dawno mówią: gdzie Bóg, tam zgoda. Orzechowski

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LA ARQUITECTURA DE LOS MOTELES
La sospecha de que había alguien oculto en el solarium coincidió con la llegada de la
joven mecánica de reparaciones. La presencia de esa chica elegantemente uniformada
pero aburrida, que le hacía resonar la maleta metálica alrededor de la silla de ruedas, le
alteraba tanto los nervios que al principio no intentó buscar al intruso. El comportamiento
agresivo de ella, los interminables silbidos que profería mientras limpiaba las pantallas de
los televisores, y el creciente interés que demostraba hacia él, diferían de todo lo que
Pangborn había tenido que enfrentar hasta ese momento.
Las mujeres uniformadas enviadas por la empresa para mantener los servicios del
solarium se habían destacado por el silencio y la eficiencia. Haciendo un balance de los
doce años que había pasado en el solarium, a Pangborn le costaba recordar un rostro. En
realidad, era la ausencia de todo tipo de identidad personal lo que les permitía a las
jóvenes realizar esas tareas íntimas. Pero antes que se cumpliese una hora de su primera
visita, la nueva recluta había conseguido dañar el control de sintonía de la pantalla
principal y alterar a Pangborn con su mirada taciturna. Si no fuera por esa censura vaga y
perturbadora Pangborn habría identificado mucho antes al intruso, y eludido las extrañas
consecuencias posteriores.
Había estado sentado en la silla en el centro del solarium, bañándose en la cálida luz
artificial que caía por las aberturas del cielo raso y mirando la escena de la ducha de la
película Psicosis en la pantalla principal. La maestría de ese tour de force nunca dejaba
de asombrar a Pangborn. Había proyectado la secuencia cientos de veces, detenido cada
cuadro para explorarlo de cerca, grabado por separado partes de la acción para verlas en
la docena de pantallas menores que rodeaban la pantalla principal. La extraordinaria
correspondencia entre la geometría de la ducha y la anatomía del cuerpo de la mujer
asesinada parecía contener la clave del verdadero significado de todo lo que había en el
mundo de Pangborn, de la relación no declarada entre su propia musculatura y el
inmaculado universo de cromo y cristal del solarium. En los momentos más impetuosos
Pangborn se convencía de que ese trozo de película que repetía sin cesar contenía en
algún sitio las fórmulas secretas de su inquilinato del espacio y el tiempo.
Tan absorto había estado en el misterioso clímax de la secuencia - la cara de la actriz
apretada contra la cuadrícula rectilínea del suelo embaldosado - que al principio no prestó
atención al ruido leve de una respiración cercana, al olor casi conocido de un ser humano.
Pangborn giró en la silla de ruedas, esperando encontrar a alguien detrás, tal vez a uno
de los repartidores que abastecían la cocina y los tanques de combustible del solarium.
Después de vivir doce años totalmente solo Pangborn había descubierto que sus sentidos
eran suficientemente agudos como para detectar la presencia de una mosca solitaria.
Congeló la película en las pantallas de los televisores e hizo girar la silla, dándoles la
espalda. La habitación circular estaba vacía, lo mismo que el baño sin cortina y la cocina.
Pero el aire se había movido, allí detrás había latido un corazón, habían respirado unos
pulmones.
En ese momento giró una llave en el vestíbulo, la puerta de vidrio fue cerrada de golpe
por una aspiradora llevada torpemente, y Vera Tilley hizo su primera aparición.
A pesar de toda esa intimidad con la imagen electrónica de la actriz cinematográfica
desnuda, hacía más de diez años que Pangborn no miraba a la cara a una mujer
verdadera. Alterado todavía por el sospechado intruso, miró cómo la joven uniformada
dejaba caer la aspiradora en la alfombra y se ponía a hurgar en la caja de herramientas.
Apenas si tendría veinte años, con el pelo rubio desordenado metido debajo de la gorra y
un maquillaje excéntrico aplicado a una boca y a unos ojos que ya de por sí eran grandes.
Llevaba en la solapa una placa identificatoria: bajo el emblema de la empresa estaba el
nombre «Vera Tilley» y una fotografía de ella mirando la cámara mientras hacía un
puchero descarado.
Ahora miraba a Pangborn y el solario de la misma manera provocativa.
- Cuando esté preparada puede continuar - le dijo Pangborn -. Estoy ocupado por el
momento.
- Ya veo. - La muchacha observó el conjunto de las pantallas, las inmensas
ampliaciones de los ojos muertos de la actriz rodeados como un retablo electrónico por
las partes cuantificadas del cuerpo en las pantallas menores. Echó una ojeada irónica a la
acolchada silla anatómica de Pangborn y dijo: - ¿Está cómodo ahí arriba? ¿No puede
hacer algo por ella? - Golpeteó con una uña sucia en el tablero de mandos del brazo de la
silla. - Tiene botones suficientes para parar el mundo.
Sin prestarle atención, Pangborn hizo girar la silla y volvió a concentrarse en las
pantallas. Durante la hora siguiente, mientras seguía analizando la secuencia de la ducha,
no dejó de pensar en el intruso. Era evidente que ahora no había nadie oculto en el
solarium, pero la presencia de ese visitante misterioso podía estar de algún modo
relacionada con la extraña joven. Casi estaba dispuesto a creer que ella era un nuevo tipo
de terrorista urbano.
Escuchó cómo se movía en la cocina, reparando el equipo y volviendo a poner las
provisiones en los distribuidores automáticos de alimentos. De vez en cuando modulaba
sus silbidos una nota irónica.
Cuando terminó de limpiar el baño regresó al solarium y se interpuso entre Pangborn y
las pantallas. Pangborn le olió su propia colonia en las muñecas.
- Hora de apagar el sistema de vida asistida - dijo de buen humor -. ¿Puede sobrevivir
cinco minutos sin aparatos?
Pangborn esperó impaciente mientras ella sacaba uno por uno los televisores de la [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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    Ibi patria, ibi bene. - tam (jest) ojczyzna, gdzie (jest) dobrze
    Dla cierpiÄ…cego fizycznie potrzebny jest lekarz, dla cierpiÄ…cego psychicznie - przyjaciel. Menander
    Jak gore, to już nie trza dmuchać. Prymus
    De nihilo nihil fit - z niczego nic nie powstaje.
    Dies diem doces - dzień uczy dzień.